Crónica de una quiebra anunciada

Por Javier Surasky



En el evento informativo (briefing) que ofreció el secretario general de la ONU a los Estados miembro el pasado 12 de mayo, Guterres pronunció una frase que me dejó turbado: “La crisis de liquidez que enfrentamos hoy no es nueva, pero hola situación financiera y política de hoy agrega aún más urgencia a nuestros esfuerzos”. En otras palabras, lo que ha dicho es que hoy estamos peor que antes, y tras casi 10 años de ejercer el cargo, esas palabras suenan a que el máximo funcionario de la ONU admite el fracaso de su gestión.

Es cierto que la crisis financiera de la ONU es de larga data y responde a múltiples motivos, que los Estados son los principales responsables, y especialmente aquellos con mayor capacidad económica y mayores responsabilidades en el sistema ONU, pero también lo es que aunque son los Estados, reunidos en la Asamblea General, quienes aprueban el presupuesto de la Organización y quienes deben hacer efectivos sus pagos, el secretario general es quien elabora y ejecuta el presupuesto y gestiona administrativa y financieramente a la ONU, por lo que sus responsabilidades en la situación actual son evidentes.

Según su informe Situación financiera de las Naciones Unidas (A/79/521/Add.1) publicado el mismo día en que pronunciaba esas palabras, la situación a la que se ha llegado es insoportable:

2025 comenzó con un déficit de caja de 135 millones de dólares. La recaudación en 2025 ha sido inferior a las estimaciones y, a finales de abril, la recaudación como porcentaje de las cuotas era la más baja de los últimos siete años (…) El final de 2025 podría ser tan malo o peor que el de 2024 para las operaciones con cargo al presupuesto ordinario, a menos que la recaudación en 2025 supere significativamente la media de los últimos cinco años”.

Durante los últimos años la ONU ha estado tapando agujeros financieros con estrategias que no hacían más que continuar debilitándola: la falta de pago o el retraso en el pago de las cuotas de los Estados miembros afectaron el normal desarrollo del presupuesto general, y esto llevó a la utilización de recursos asignados a otros fines para financiar gastos regulares.

En 2018 hubo que recurrir a préstamos del Fondo de Operaciones en mayo, situación que “mejoró” (¿?) en los años siguientes, ya que se acudió a esos fondos en julio (2019), septiembre (2020), y noviembre (2021), con una vuelta atrás que hizo necesario acudir a ellos en septiembre de 2022, agosto de 2023 y septiembre de 2024.

En 2024 la situación siguió empeorando. Ese año “se fijaron cuotas por una cuantía de 3.220 millones de dólares, es decir, 231 millones de dólares más que en 2023. Como el año empezó con atrasos sin precedentes en las cuotas pendientes de pago, fue necesario adoptar desde el principio medidas estrictas de ahorro de efectivo (…) Si la Asamblea General no hubiera aprobado el aumento del Fondo de Operaciones y la utilización de fondos de los tribunales cerrados, habríamos agotado nuestras reservas y nos habríamos quedado completamente sin efectivo.” (Informe del secretario general sobre la Situación Financiera de las Naciones Unidas, párr. 9 y 10).

Pero eso no es todo, ya que el mismo informe explica que 2024 terminó con una recaudación superior a la prevista dado el pago de contribuciones atrasadas, el presupuesto no pudo gastarse de manera completa ni fue posible reponer todas las reservas tomadas dada la incertidumbre de los cobros: “no fue posible gastar unos 255 millones de dólares del presupuesto” (párr. 9).

Este año no comenzó mejor: los pagos recibidos por la ONU hasta el final de abril de 2025 representaban 1.800 millones de dólares, 600 millones menos que los recibidos a la misma fecha en 2024, y 101 Estados Miembro habían pagado sus cuotas íntegramente en 2025, cuatro menos que el año anterior. De entre ellos, en 2025 solo 49 habían pagado sus cuotas dentro del plazo establecido para hacerlo (30 días), con el Reino Unido como el único miembro permanente del Consejo de Seguridad presente entre ellos y, junto con Alemania y Corea, son los tres países entre los principales 10 aportantes en cumplir con sus pagos en tiempo y forma.

Al 14 de mayo, el número de Estados que ha pagado sus cuotas ha trepado hasta 106, y se ha sumado a la lista Francia, otro miembro permanente del Consejo de Seguridad, Japón, Italia, Canadá. Siguen sin cumplir sus compromisos financieros tres de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad que también son parte de la lista de las 10 cuotas más altas (Estados Unidos, Rusia y China). Esto significa que “Las recaudaciones del primer trimestre ascendieron al 42 % y el 52 % en 2023 y 2024, respectivamente, y han disminuido al 40 % en 2025, el nivel más bajo de los últimos siete años” (párr. 13).

Es claro que desde la ONU no se ha sabido, o no se ha podido, tomar las medidas necesarias a tiempo, pero también que el discurso de muchos países en favor de la cooperación y la defensa del multilateralismo se desvanece cuando se lo confronta con sus acciones financieras.

También es claro que el modelo financiero de la ONU ya no sirve: más allá de sus complicaciones operativas, del uso excesivo que hacen los países de contribuciones voluntarias marcadas que no permiten a la ONU establecer sus propias prioridades de acción, los múltiples fondos interactuando que pueden ser simplificados, el riesgo de que más del 72% del presupuesto regular de la organización dependa de diez estados, y más del 40% de solo dos Estados, es inadmisible y ninguna entidad se conformaría con ello como su “normalidad”.

Se ha aceptado lo inaceptable, se ha actuado con ineptitud técnica y con una moral política que parece pergeñada en una reunión entre el Macbeth de Shakespeare y el Harpagon de Molière. Las consecuencias, como siempre, las sufrirán con más fuerza los más vulnerables.