Por Javier Surasky
Un elemento al que se le ha prestado escasa atención en el análisis de la actual crisis del multilateralismo es el de la confianza, que Grant Duncan define en términos de política como “reciprocidad entre gobernantes y gobernados, y entre diversos grupos de interés y clases, de manera que se mantengan niveles adecuados de bienestar y una sensación compartida de justicia” destacando que se trata de un fenómeno colectivo por oposición a la confianza individual.
La OCDE, en su informe Trust
and Public Policy: How Better Governance Can Help Rebuild Public Trust, agrega
a ello que “la confianza nos brinda certeza de que los demás actuarán como
esperamos, ya sea en una acción específica o en un conjunto de acciones”
explicando que se basa tanto en hechos como en la forma en que se los percibe.
Así vista, se fácil entender que la confianza sea un pilar crucial
en la gobernanza internacional, y una precondición de su eficiencia. La
ausencia de confianza cuesta tiempo y oportunidades mientras aumenta el peso de
la burocracia en la toma de decisiones.
A su vez, la descripción que hacemos de la confianza
política nos permite identificar cuatro niveles de confianza/desconfianza que
interactúan en materia de política:
Niveles de trabajo y confianza
Fuente: elaboración
propia
Esta aproximación nos ayuda a pensar en las causas
profundas detrás del proceso UN80 y en
sus posibles impactos, conforme el camino que vaya siguiendo su
implementación.
La crisis que vive la ONU no es solo de financiamiento,
sino de confianza, a punto tal que es sobre la base de la desconfianza en la
capacidad de la ONU de actuar de manera eficaz y eficiente donde se asienta el argumento
para los recortes y las demoras en el pago de contribuciones de los Estados
miembros a la organización.
Y es un argumento que, en un sentido, es fuerte solo porque
muchas personas alrededor del mundo comparten la misma percepción sobre la
labor de las Naciones Unidas. Solo una “burbuja” de expertos y el grupo de los
beneficiados directos de sus intervenciones exitosas entendemos el aporte de la
ONU a un mundo mejor. En un mundo donde la comunicación es esencial, la ONU ha
perdido contra conspiradores y malintencionados la disputa narrativa de su
acción.
Las imágenes que se transmiten tras cada conferencia donde
funcionarios de gobiernos y del sistema de las Naciones Unidas se reúnen en
salas y palacios de lujo para discutir cómo hacer frente a la pobreza y el
subdesarrollo han llegado a ser indignantes. Sus repetidos fracasos en avanzar
temas que preocupan a la ciudadanía vendiendo reuniones fallidas como éxitos
parciales tampoco ha sido de ayuda para una ONU que sea considerada confiable.
Las múltiples promesas de reformas en la administración y
gestión de la ONU, tanto a nivel global como regional y nacional, tienden a
quedar a medio camino. Solo en los últimos años, tal como lo afirma el sitio
oficial de la ONU United to Reform,
“El [actual] secretario general de la ONU, António Guterres, ha estado hacienda
propuestas para reformar las Naciones Unidas desde el comienzo de su mandato,
en 2017”.
Sin embargo, los avances han sido lentos e insuficientes. Funcionarios
de la ONU aferrados a sus cargos, la renuencia al cambio y el juego político de
países que creen beneficiarse de ello se suman para seguir restando confianza a
la capacidad de la organización para transformarse.
Puede refutarse que la verdadera reforma que necesita la ONU
para ser confiable es imposible, que requiere cambios en su Carta, que los
cinco miembros permanentes nunca las permitirán y varios etcéteras. Es cierto,
pero la imposibilidad de avanzar la reforma ideal de la organización, cuyo
contenido deberíamos discutir largamente, no puede ser una justificación para
no adoptar los cambios que sí se pueden implementar, algunos de ellos por la
sola voluntad de los más altos funcionarios de la Organización ya que hacen a
modos de gestión y rendición de cuentas.
La falta de transparencia con la que se maneja el proceso
UN80; la ausencia de una explicación clara, directa y comprensible por todas
las personas de por qué se está llevando adelante ahora; unos primeros pasos
que no apuntan claramente a afectar a los puestos más altos de la organización
y la percepción de que se trata de un manotazo de ahogado sin una estrategia de
crecimiento clara asociada me hacen pensar que la mal llamada reforma de UN80
acabará produciendo mayor desconfianza en la ONU, tanto en su interior como en
su proyección. UN80, tal como está siendo presentado, es un nuevo golpe a la
confianza, ya limitada, en la ONU y, por consiguiente, en el multilateralismo
como opción de gobernanza de los problemas compartidos.
La elección del próximo secretario general, en 2026, será
clave en este sentido. Podrá ser el primer escalón de un proceso duro de
reconstrucción de confianza en el multilateralismo, lo que requiere de una ONU
confiable, o marcar la continuidad del camino de “esperar y ver”.
Un nuevo secretario general que resulte seleccionado tras un
proceso transparente, que presente ideas claras más que proyectos tan generales
que representan el todo y la nada, capaz de llegar con su gestión no solo a los
Estados sino a las múltiples partes que forman la ONU y respaldado por la
Asamblea General ante los esperables embates que pueden llegar desde el Consejo
de Seguridad a una acción decidida de defensa de los propios principios de la
organización son esenciales.
Defender la ONU es hoy más necesario que nunca, pero hay
quienes parecen confundirse pensando que esa defensa está asociada a defender
sus edificios y su burocracia, haciendo control de daños ante el terremoto que
la sacude. La ONU no son sus edificios, sus cumbres ni su burocracia. La ONU
es el ideal irrenunciable de que construir un mundo más justo, pacífico y
equitativo es posible, pero requiere que todos trabajemos juntos, confiando
en los demás para poder actuar rápido, de forma eficaz y eficiente, orientados
por los propósitos de la organización, que siguen siendo su razón de ser.