¿Se acerca una presidencia Palestina de la Asamblea General de la ONU?

Por Javier Surasky


La actual presidenta de la Asamblea General, Annalena Baerbock (Alemania), posiblemente dará inicio formal al proceso de elección del próximo secretario general de la ONU, convocando a la presentación de candidaturas, sin embargo,
será el próximo presidente del cuerpo quien jugará un rol central al momento en que la Asamblea General deba votar por la conformidad del candidato que pueda proponerle el Consejo de Seguridad, o por la selección entre candidatos, si es que por primera vez en la historia el Consejo presenta más de uno para dejar la decisión final en manos de los Estados miembros.

Quien ocupe ese puesto en la 81 sesión de la Asamblea General está llamado, en cualquier caso, a ser una pieza clave en el proceso.

Y aquí empiezan los problemas.

Conforme una práctica extensamente aceptada, el cargo de presidente de la Asamblea General rota entre las diferentes regiones según el siguiente orden: África, Europa Occidental y otros Estados (desarrollados), Asia-Pacífico, Europa Oriental y América Latina y el Caribe.

Sin embargo, cuando vemos las comisiones económicas regionales encontramos un ordenamiento diferente, donde sobresale la unión de Europa junto a otros Estados (desarrollados) y la existencia de una Comisión Económica de las Naciones Unidas para los Países Árabes, cuyos miembros son también parte de las comisiones para Asia o para África de acuerdo con su ubicación geográfica, produciendo un solapamiento.

¿Por qué esto es importante? Porque los 22 países árabes han enviado una carta al grupo de países de Asia-Pacífico, que debe asumir el cargo el próximo año, solicitando formalmente se designe a Ryad Mansour, el representante de Palestina ante las Naciones Unidas, lo que parece haber provocado que otros países de Asia-Pacífico con intenciones de presentar candidatos propios hayan dado un paso al costado.

Una presidencia de Palestina de la AGNU sería un hecho histórico. Recordemos que Palestino no es miembro pleno de la ONU por el continuo veto de los Estados Unidos en el Consejo de Seguridad, pero en Mayo de 2024 la Asamblea General adoptó su resolución A/RES7ES-10/23 donde decidió otorgar al Estado de Palestina, con carácter excepcional y sin sentar precedente, unas modalidades ampliadas de participación “en sus períodos de sesiones y sus trabajos y en las conferencias internacionales celebradas bajo su auspicio o los de otros órganos de las Naciones Unidas, así como en las conferencias de las Naciones Unidas”.

Entre las competencias que se otorgan a Palestina aparece “el derecho de los miembros de la delegación del Estado de Palestina a ser elegidos miembros de las mesas en el pleno y las Comisiones Principales de la Asamblea General”.

Desarrollando el contenido de las nuevas modalidades a fin de darles certeza, el actual secretario general presentó una nota a la Asamblea (A/ES-10/1003) en la que explica que ese derecho incluye el de que un miembro de la delegación de Palestina sea elegido como presidente de la Asamblea General.

La elección del presidente de la Asamblea General, conforme sus reglas de procedimiento, se realiza por mayoría simple de los miembros presentas y votantes (reglas 30 y 83 del Reglamento de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Si todos los miembros están presentes y votan, esto significa 97 votos: el grupo Asia-Pacífico cuenta con 55 votos y los países árabes que no pertenecen a este grupo agregarían otros 12 votos, para un total de 67, es decir el 69% de los votos requeridos, y es poco probable que no alcance los votos necesarios en países de otras regiones: solo en los último meses el Estado de Palestina ha sido reconocido por México, Armenia, Eslovenia, Irlanda, Noruega, España, Bahamas, Trinidad y Tobago, Jamaica y Barbados, alcanzando un total de 147 reconocimientos.

Estados Unidos ya ha lanzado una campaña para bloquear esa candidatura, pero el final sigue siendo incierto. Las consecuencias de una presidencia palestina de la AGNU, o del fracaso de este intento, serán relevantes para el futuro de las relaciones internacionales y para las propias Naciones Unidas, ya debilitadas y desfinanciadas.