Por Javier Surasky-
Antes de comenzar es indispensable hacer dos aclaraciones:
en primer lugar, no soy un científico de las ciencias duras, sino un científico
social apasionado por las ciencias duras; en segundo lugar, no respeto a los
premios Nobel, que entiendo se entregan desde hace años priorizando razones
políticas por sobre las científicas o artísticas.
Con estas aclaraciones, pretendo adentrarme en una trilogía
de esos premios para el año 2024 por lo que nos están contando, justamente en
términos políticos por encima de los científicos, sobre el mundo en que vivimos
y sobre el mundo en que nos adentramos. Según lo veo, varios premios Nobel
tienen una íntima conexión en este sentido:
El premio Nobel de
Física: otorgado a John Hopfield (Universidad de Princeton, Estados Unidos)
y Geoffrey Hinton (Universidad de Toronto, Canadá) por la realización de “descubrimientos
e invenciones fundamentales que permiten el aprendizaje automático con redes
neuronales artificiales”.
El premio Nobel de
Química: otorgado, por la mitad de su valor, a David Baker (Universidad de Washington
e Instituto Médico Howard Hughes, Estados Unidos) por el “diseño computacional
de proteínas”, y en un cuarto de su valor a cada uno a Demis Hassabis y John M.
Jumper (ambos de Google DeepMind, Reino Unido), por la “predicción de la
estructura de proteínas”.
El premio Nobel
de Literatura: otorgado a Han Kang (Corea del Sur) “por su intensa prosa
poética, que confronta los traumas históricos y expone la fragilidad de la vida
humana”.
El premio Nobel de la
Paz: otorgado a la organización Nihon Hidankyo (Japón) conformada por
supervivientes a los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki, en
reconocimiento de “sus esfuerzos para lograr un mundo libre de armas nucleares y
por demostrar a través del testimonio de testigos que las armas nucleares nunca
deben volver a utilizarse”. En la justificación del premio, el Comité Sueco
expresa “Los poderes nucleares están modernizando y actualizando sus arsenales”,
una referencia que resuena en el uso de sistemas de armas autónomas letales y
en los peligros del uso sin límites de “nuevas” tecnologías cuando son
aplicadas al campo militar.
Finalmente, el Nobel
de Economía: distinción compartida entre Daron Acemoglu, Simon Johnson (ambos
del MIT, Estados Unidos) y James Robinson (Universidad de Chicago, Estados
Unidos) por “sus estudios sobre cómo se forman las instituciones y la manera en
la que afectan la prosperidad”, un tema central para los debates sobre la
construcción de una gobernanza de la IA que, ya no es necesario decirlo,
afectará de forma integral toda la economía tal como la conocemos.
Los lazos entre los primero dos resultan evidentes: mientras
Hopfield propuso, en 1982, un modelo de red de neuronas artificiales con características
de memoria asociativa (digamos que recordaba y combinaba recuerdos), y cuatro
años más tarde Hinton aplicó principios de física estadística a la red de
Hopfield a fin de que “aprendiera” patrones visuales (recordara a partir de
imágenes y combinara sus recuerdos de imágenes para crear clasificaciones de
estas). Eureka! Las redes neuronales de inteligencia artificial como las
conocemos hoy empezaban a operar y se convertían en el cemento del aprendizaje
automático (machine learning) que permitiría un salto cualitativo en la IA.
Desde entonces, Hinton es conocido como el “padrino de la IA”.
Hinton ya había ganad el “Nobel de la computación”, el
premio Alan Turing, en 2018, y trabajó en Google hasta 2023, dejando la empresa
para “poder hablar sobre los peligros de la IA sin tener en cuenta cómo esto
afecta a Google” (ver aquí).
Sí, Hinton es una de las principales voces anunciando el peligro de una IA que
se desarrolla sin controles (o incluso con ellos). El dato clave aquí, sin
embargo, es otro. El premio Turing que recibió Hinton, para ser justo junto a
dos estudiantes, fue por el desarrollo de redes neuronales que realizaron en
2012 y que fue la base de la empresa que fundó, DNN Research Inc, luego
comprada por Google. Esto significa que el trabajo premiado se realizó
parcialmente en investigación académica y parcialmente en el sector privado.
Fue la aplicación de herramienta de IA, y en particular de
redes neuronales, lo que valió el Nobel de Química a sus tres ganadores,
quienes trabajan sobre proteínas y su modelado. Recordemos que las proteínas
son las encargadas del control y la producción de las reacciones químicas que
constituyen la base de la vida. La palabra proteína viene de “Proteo”, una
divinidad marina griega (recordemos que la ciencia nos indica que la vida se
inició en el agua) cuyo nombre se puede traducir como “el primordial”. Proteo
podía predecir el futuro y cambiar su forma como estrategia para evadir
compartir l que sabía con los mortales. Es bastante claro que la relación entre
fondo y forma es central en este cuento.
Pues bien, en 2003 Baker logró crear “proteínas por diseño”,
inexistentes en la naturaleza, lo que permite “inventar” nuevas proteínas que
pueden ser utilizadas en fármacos, materiales y hasta como sensores, y en 2020 Hassabis
y Jumper presentaron AlphaFold, una IA que logra predecir la estructura de las proteínas
conocidas, lo que a su vez abre la puerta a una mejor comprensión de, por
ejemplo, las razones y los procesos por los que se produce resistencia a
antibióticos, uno de los temas que fueron tratados en una reunión e alto nivel
durante la semana del debate general de la Asamblea General de la ONU hace un
mes, o crear imágenes de enzimas que puedan descomponer plásticos, lo que se
convierte en una contribución significativa a “descontaminar” nuestro planeta.
Baker ha realizado su trabajo en la academia, pero Hassabis
y Jumper lo han hecho en DeepMind, la compañía que años atrás saltó a la fama en
2016 por batir
a los campeones mundiales de Go, el juego de mesa de estrategia que tiene
más opciones de movimientos que el ajedrez.
Entretanto, Han Kang era multipremiada, desde la obtención
del premio a la artista joven del año en 2000 hasta el premio Brooker que
recibió en Londres en 2016 por su libro La Vegetariana. El último
galardón que recibió antes del Nobel, hace apenas unos meses, fue el premio
Ho-Am, creado en 1990 por Kun-Hee Lee, Director de Samsung, y que se otorga en
cinco categorías: ciencia, ingeniería, medicina, artes y servicio comunitario.
Kang escribe en su novela La
clase de griego sobre comunicación, utilizando dos personajes,
uno que no puede hablar y otro que va perdiendo la vista, para crear une
historia de comunicación e incomunicación donde el tacto y la mirada pasan a
ocupar lugares tradicionalmente reservados a otros protagonistas. En un pasaje
de su novela dice “Ocho años atrás, cuando su hijo empezó a hablar, ella soñó
con una palabra única que sintetizaba todas las lenguas. Fue una pesadilla tan
vívida que se despertó con la espalda empapada en sudor. Se trataba de una palabra
sólidamente comprimida por una densidad y una fuerza gravitatoria descomunales.
En el instante en que alguien la pronunciara, esa lengua explotaría y se
expandiría como la materia de los tiempos primigenios”.
La clase de griego puede leerse como una novela sobre la
fragilidad de la comunicación (y también de la incomunicación), sobre los
lenguajes y sus formas, y sobre cómo nuestra humanidad se ve comprometida con
ello. Bajo un estilo marcado por el arte de la ficción, nos pone frente a
elementos esenciales para pensar nuevos lenguajes y encuentros y, por qué no,
nuevas formas de humanidad. Nada muy lejano a los miedos y oportunidades,
inquietudes y nuevos lenguajes que nos interpelan al momento de pensar un mundo
y una humanidad que reconvierte sus relaciones con la tecnología.
El Nobel de Hu Kang aporta la cuota de humanidad que los de
química y física esconden y portan de manera sublimada, las emociones detrás de
los ceros y los unos, la humanidad de las tecnologías que producen los cambios
y nuestra frágil relación con ella.
Es esa misma humanidad, enmarcada en el uso de la tecnología
nuclear en su forma más destructiva y en la necesidad de comunicar el horror al
que solo han accedido quienes vivieron la experiencia de forma directa, la que
está en la base del Nombre de la Paz de 2024, otorgado en el momento en que aplicaciones
de IA a la tecnología militar plantea nuevos peligros y deja ver, como ocurrió
en la Cumbre del Futuro, la poca voluntad de los Estados por permitir que
regulaciones de control alcancen a su desarrollo. Tal es el vínculo entre los
premios Nobel de la Paz y de Literatura que una frase tomada del libro La
clase de griego de Hu Kang puede expresar perfectamente la esencia del testimonio
de aquellos que forman la asociación Nihon Hidankyo: “la muerte y la extinción
son lo opuesto a las ideas desde un principio. Una nieve que se derrite y se
convierte en lodo no puede ser una idea”.
Finalmente, la importancia de las instituciones y el Estado
de Derecho en la generación de bienestar. La centralidad de las instituciones
como barreras de contención y protección, pero a la vez como motores de
bienestar, no puede ser más útil ni más oportuna que ahora, cuando debemos
avanzar de forma decidida en la construcción de una gobernanza global y
compartida de la IA que nos brinde seguridad, pero también oportunidades para
una prosperidad global aumentada y compartida.
Una vez más los premios Nobel nos hablan de política tanto o
más que de ciencia. Nos hablan de política cuando abren la oportunidad de
trazar una línea que lo conecta a través de sus conexiones con la IA; nos hablan
de política cuando los premiados en ciencias “duras” son hombres que trabajan
en países del Norte, mientras que la única mujer de la lista está asociada al
arte y no es occidental. Nos hablan de política cuando vemos que aparecen cada
vez con más asiduidad ganadores que hacen sus trabajos en el sector privado.
Los premios Nobel nos hablan, pero no siempre somos suficientemente sensibles como para escuchar el mensaje.