Por Javier Surasky
No hay que se un ingeniero para saber que la construcción de un edificio comienza por crear bases sólidas como para mantener su estructura: cuánto más alto se pretende construir y más dificultades presenta el suelo, mayor esfuerzo se requiere en las bases.
Desde la creación de la ONU la cooperación internacional al
desarrollo (CID) se ha diseñado como un edificio portentoso, apilando
compromisos uno sobre el otro y poniendo en sus espaldas valores tales como la
promoción de la equidad, la lucha contra la pobreza, la responsabilidad común
por el cuidado del planeta, el florecimiento humano, el crecimiento económico
sostenible, entre tantos otros.
Lo cierto es que esos objetivos no pueden lograrse solamente
a través de la cooperación internacional, por una parte, y que se han elevado
sin haber establecido las bases que requería la edificación de una CID que
pudiera, al menos, avanzar en su logro.
En un suelo de baja prioridad por el otro, alta preocupación
de los tomadores de decisiones por el corto plazo y prioridades miopes, el
material que se utilizó para sostener el edificio fue, casi exclusivamente, la
promesa política de cumplimiento no vinculante. En otras palabras, el
compromiso de hacer sin consecuencia por su incumplimiento.
Hoy vemos como un movimiento tectónico en la política
internacional agrieta el edificio de la CID y amenaza con hacerlo caer. Y no se
trata solamente de Trump, de la competencia entre EE.UU. y China, la invasión
rusa sobre Ucrania ni del impacto de la inteligencia artificial. Hay
responsabilidades compartidas entre países desarrollados y en desarrollo.
Aunque vamos a centrarnos en las reacciones al sismo en los
países desarrollados, sería injusto no señalar brevemente que los países en
desarrollo han sido incapaces de convocarse en un frente unificado, adecuar sus
demandas a los cambios internacionales (la agenda actual de demandas se parece
a la de 1950 mucho más de lo que el mundo actual se asemeja al de entonces) o
utilizar sus limitados recursos de poder para orientar la cooperación
internacional. La lucha por el Nuevo Orden Económico Internacional y el Nuevo
orden Informativo Internacional fue el último intento en esa dirección.
Los países desarrollados, por su parte, no solo hicieron de
la idea misma del desarrollo un atractor siempre quimérico para los países
desarrollados, alineando la idea de desarrollo con la antigua visión de progreso,
sino que ejecutaron sus políticas de desarrollo como una forma de guiar a un
mundo en desarrollo bastante dócil por los caminos que los países más ricos
priorizaban pensando en su propio bienestar y necesidades. La solidaridad
internacional quedó convertida en acción humanitaria, y la promesa de cambio en
gestión de crisis.
Siempre inestable, lo que dificulta establecer programas y
planes de largo plazo, la AOD proveniente de los países del Comité de Ayuda al
Desarrollo de la OCDE (CAD), el gran club de donantes se movió otorgando a las
necesidades del mundo en desarrollo el mismo valor que el colonialismo dio a
los pueblos colonizados, convirtiendo a sociedades enteras en meros objetos al
servicio de los intereses del colonizador/donante.
La falta de consideración por esas sociedades y sus
necesidades, emparejada con el incumplimiento flagrante y sostenido de
promesas, llegó a su cénit cuando los países del CAD decidieron contabilizar el
apoyo a refugiados en el propio país como AOD, un disparate y una contradicción
flagrante con la propia definición
de AOD establecida por ellos, donde se exige que los flujos que la integran
tengan “la promoción del desarrollo económico y el bienestar de los países en
desarrollo como su principal objetivo”.
Así, el edificio de la CID se fue elevando sin sustento
real, cambiando los planos sobre la marcha y utilizando materiales
inapropiados. Era cuestión de tiempo que comenzara a mostrar fallas estructurales.
Hoy, esas fallas son ya inocultables: los números
provisionales de AOD que muestra la OCDE para 2024 informan de una caída
del 7,1 % en la AOD conjunta ofrecida por los miembros del CAD, que se reduce
al 0,33 de su razón AOD/PIB, con proyecciones de un aumento en la baja para los
próximos años, hasta marcar la mayor caída de la historia de la AOD.
Las voces de los países donantes se han unificado frente a
un futuro marcado por políticas tambaleantes y recursos económicos que se
reducen de la mano de crisis pasadas y proyecciones de decrecimiento de la
economía mundial.
- Estados Unidos desmantela USAID y anuncia recortes de ayuda exterior por valor aproximado inicial de USD 60.000 millones, se retira de la Organización Mundial de la Salud y suspende su financiamiento a casi 20 organizaciones multilaterales.
- Los Países Bajos recortan 350 millones de euros a su AOD en 2025, que se convertirán en 550 millones de euros en 2026, y 2400 millones de euros anuales a partir de 2027, con un recorte total previsto de 8000 millones de euros en cuatro años. A eso se suma una reducción de 1000 millones de euros para la financiación de la sociedad civil entre 2025 y 2030.
- Francia recorta su AOD en 2.100 millones de euros en 2025, con proyecciones de una relación AOD/PIB de 0,55 % en 2023 y 0,45 % en 2025.
- Para 20205, Alemania reduce su financiamiento al Ministerio Federal de Cooperación Económica y Desarrollo (BMZ) en 937 millones de euros, y en paralelo recorta en 836 millones de euros el presupuesto del Ministerio de Asuntos Exteriores. La ayuda humanitaria alemana se reduce desde 2.230 millones de euros a 1.040 millones. El objetivo “0,7” de relación AOD/PIB desaparece del acuerdo de coalición gobernante por primera vez en 30 años.
- En el Reino Unido la reducción llevará su esfuerzo de ayuda al 0,5 2025 y al 0,3 % del PIB a partir de 2027, con recortes anuales superiores a 13.000 millones de libras.
- La Unión Europea anuncia una reducción de 2.000 millones de euros a lo largo de dos años, a partir de 2025, que reasigna a iniciativas sobre migraciones y apoyo a los refugiados.
Otros “pequeños donantes” se suben a la ola:
Suiza
recorta su AOD en 110 millones de francos suizos en 2025, Bélgica se
propone lograr una reducción de su AOD del 25% a lo largo de cinco años a
partir de 2025, Suecia
informa recortes anuales de 291 millones de euros entre 2026 y 2028, Finlandia
reduce su AOD en un 25% entre 2024 y 2027. La lista de países que reducen su AOD
es más extensa.
Frente a esta realidad, los países del Sur tienen opciones
limitadas, pero cualquiera de ellas pasa por revitalizar el concepto de
solidaridad que estuvo en el origen del movimiento de países no alineados y del
G77, utilizar una Cooperación Sur-Sur, que también se verá afectada, para hacer
de esa solidaridad una herramienta de acción, unir fuerzas para llevar a todos
los foros una agenda común actualizada y hacer valer sus recursos de poder al
máximo, por más limitados que estos puedan ser. Es tiempo también para repensar
la Cooperación Triangular y analizar con más cuidado su capacidad de generar
dependencias indeseadas y afectar la prioridad que debe concederse a la
Cooperación Sur-Sur en el diseño de una estrategia de propia cooperación propia
del Sur.
El desafío del Sur de hablar con una sola voz, reconocerse
mutuamente como pares, fomentar un diálogo interno sin injerencias, identificar
consensos y trabajar sobre los disensos alcanza hoy para “los condenados de la
Tierra” un nuevo nivel de prioridad. Si nuestros líderes no están a la altura
del desafío, será tiempo de su reemplazo por vía democrática y de una acción
decidida desde sectores no gubernamentales, multinivel, basada en datos y
planes comunes de corto, mediano y largo plazo.
No parece haber más opción para el Sur que recuperar la
energía de una solidaridad en acción. Son tiempos de siembra, y habrá que dejar
de mirar débiles rascacielos para volver al trabajo de la tierra y así poder
cosechar los resultados de nuestro trabajo.