(Des)financiamiento de las Naciones Unidas: UN80 como estrategia de supervivencia

Por Javier Surasky





Una regla de oro de la financiación institucional, se trate de empresas, ONG o cualquier otra, es buscar tener una base amplia de financiadores, evitando quedar atado a un núcleo pequeño que, al cambiar sus políticas, afecte de forma severa la estructura financiera de nuestra organización.

Se suele hablar de los defectos de fábrica de la carta de la ONU y explicar sus razones en la situación de la política internacional de la post Segunda Guerra Mundial: la estructura y toma de decisiones en el Consejo de Seguridad, una gobernanza pobre sin suficientes mecanismos de rendición de cuentas, la casi imposible introducción de reformas en el documento fundacional de la Organización son algunos ejemplos, y cada uno de ellos ha producido daños profundos en la capacidad de la ONU de defender el valor del multilateralismo.

  • En el caso del Consejo de Seguridad, la realidad es que son los intereses de las grandes potencias los que deciden el juego, y que la protección y la promoción de un mundo pacífico queda supeditada a sus prioridades de política nacional. Además, cuatro de los “cinco permanentes” son los mayores exportadores mundiales de armas: Encabeza la lista EE.UU. con el 43% del total de exportaciones de armas, seguido de Francia (9.6%), Rusia (7.8%) y China (5.9%). El Reino Unido ocupa el séptimo lugar (3.6%) y, para agravar las cosas, cuatro de ellos no reconocen la jurisdicción de la Corte Internacional de Justicia: EE.UU., China, Francia y Rusia.
  • La pobre gobernanza ha resultado en escándalos de corrupción, falta de transparencia, trabas a la participación de actores no gubernamentales, insuficiente rendición de cuentas y en el establecimiento de una burocracia pesada que, por inercia, no suele ser proclive a los procesos de reforma que se han intentado llevar adelante.
  • Las dificultades de reformar la Carta de la ONU no solo han llevado a procesos “forzados” para ampliar los miembros del Consejo de Seguridad o del ECOSOC a medida que crecía la cantidad de países que se sumaban a la ONU, sino que ha impedido poder adaptar sus estructuras a las necesidades de cada tiempo histórico, restándole a la organización capacidad de acción y respuesta frente a los desafíos emergentes. Una conferencia de revisión de la Carta prevista en el artículo 109 de su texto nunca llegó a reunirse.

A pesar de todo ello, y de las críticas que con o sin razón recibe la ONU, su trabajo ha hecho del mundo un lugar un poco menos indigno, y considerablemente mejor de lo que hubiese sido nuestro mundo sin ellas, con los grandes poderes moviéndose libremente, sin escrutinios, denuncias ni necesidad de justificar sus acciones.

Muchas personas en países vulnerables hubiesen muerto sin el apoyo de la ONU, muchos migrantes forzados hubiese perecido o sus hijos se hubiesen quedado sin educación si la ONU no hubiese estado con ellos en los momentos más difíciles, muchos niños y niñas en países pobres morirían o sufrirían las consecuencias de enfermedades erradicables y tratables si la ONU no hubiese asegurado su atención y acceso a vacunas. La lista es interminable. Y se construyó a pesar de los obstáculos que las grandes potencias de 1945 dejaron plantados en la Carta.

Hoy la principal representante institucional del multilateralismo enfrenta un nivel nunca antes visto de impactos de otra de sus fallas de fábrica: la financiación de su actividad.

El sistema de cuotas dejó a la organización dependiendo de unos pocos países para contar con los recursos que requiere para cumplir el mandato que se le otorgó, y en especial de un único gran aportante: los Estados Unidos. Hoy ese país ataca a la ONU a través de ese canal como parte de su política de desprecio por el multilateralismo.

No se trata de un fenómeno nuevo, y no es EE.UU. el único de los contribuyentes “fuertes” que está retirando recursos del sistema de las Naciones Unidos: países europeos que se presentaban como potencias de la defensa del multilateralismo, los derechos humanos o el medio ambiente siguen el mismo camino, que empezó a recorrerse hace años mediante el pago de cuotas fuera de término, la aportación de recursos atados a países o actividades específicas acompañados de reducción de aportes generales (core), lo que afecta la capacidad de fijar prioridades y gestionar de manera eficaz los recursos existentes.

Para tener una idea de qué hablamos, el presupuesto ordinario de la ONU para 2025 de aproximadamente USD $3,7 mil millones, un incremento desde los USD 3,6 mil millones del año 2024. En estos presupuestos no se incluyen los costes de operaciones de paz ni los fondos y programas especializados (UNICEF, PNUD, ACNUR, etc.), que tienen presupuestos separados.

¿Qué significan estas cifras? Hagamos algunas comparaciones para ponerlas en su lugar:

  • La ciudad de Nueva York tuvo un presupuesta anual en 2025 de USD 112,4 mil millones, esto es más de 31 veces mayor al de la ONU.
  • Tokio maneja un presupuesto estimado para 2025 de USD 63 mil millones, más de 17 veces mayor al de la ONU (el dato es una traducción del original en japonés mediante IA).
  • Más modesta, Londres opera con un presupuesto estimado para 2025 de USD 30 mil millones, 8 veces mayor al de la ONU.
  • Una ciudad más pequeña como Los Ángeles, maneja una propuesta de USD 12.8 mil millones para su presupuesto del año fiscal 2024-2025, esto es 3,5 veces mayor al de la ONU.

¿Otras comparaciones para ubicarnos mejor?

  • El presupuesto sumado del Real Madrid. El Manchester FC, el Barcelona y el Paris Sant Germain es de USD 4.101 mil millones, apenas por encima de la ONU.

La iniciativa del secretario general “UN80”, en referencia a los 80 años que celebramos en 2025 desde la creación de la ONU, no es un plan de eficiencia, ni de reforma para la eficacia: es una estrategia de supervivencia que llevará a fusionar entidades y reducir drásticamente su personal de la ONU. Los impactos sobre el nivel regional del trabajo del sistema pueden ser de una escala tal que lo vacíen de oportunidades de cumplir sus mandatos, y eso en el caso de que queden en pie.

Un memo sobre los debates que tienen lugar en el proceso UN80 que se ha filtrado propone “unificar docenas de agencias de la ONU en cuatro departamentos principales: paz y seguridad, asuntos humanitarios, desarrollo sostenible y derechos humanos”.

  • Los aspectos operativos del Programa Mundial de Alimentos, UNICEF, la OMS y ACNUR se fusionarían en una sola entidad humanitaria. ONU-Sida se fusionaría en la OMS.
  • Las agencias de desarrollo de la ONU, como el PNUD, podrían fusionarse con la OMC.
  • Los documentos oficiales de la ONU dejarían de traducirse a los 6 idiomas oficiales actuales.
  • Los trabajadores de las agencias podrían ser relocalizados en ciudades que tengan un coste más bajo, pero siempre manteniendo a los países del Norte como eje. La primera sugerencia que ha aparecido es moverlos de Ginebra y Nueva York a Roma. Un memo enviado por el jefe de Gabinete del secretario general a los jefes de entidades de la ONU en Nueva York y Ginebra expresa que son relocalizables todas las posiciones que no implican interacciones diarias con organismos intergubernamentales. Una primera “lista de posiciones a relocalizar” se espera para el 16 de mayo.

En una mirada personal, esos cambios potenciarán los problemas de coordinación y los costes administrativos, a la vez que atentarán contra la efectividad y eficiencia de los procesos.

No hay forma de que un presupuesto ya insuficiente sea reducid y tenga como resultado unas naciones Unidas más fuertes. Aunque sabemos que las empresas privadas que realizan despidos masivos aumentan su cotización en la bolsa, esa es una lógica que no aplica a la ONU.

Menos ONU no es la solución a nuestros problemas, sino el camino directo hacia crisis de una envergadura que no quiero siquiera imaginar.

Es tiempo de ser creativos y poner primero los valores que la ONU está llamada a representar y defender y luego encontrar las vías para alcanzarlos de manera eficiente, reformando lo que es necesario reformar a partir de la consideración de objetivos, no de la vocación de financiamiento.

La ONU debe cambiar, debió haberlo hecho hace ya décadas y las promesas realizadas en su Carta quedaron incumplidas. No podemos permitir que eso ocurra nuevamente.