Contratos y rupturas del multilateralismo: la ONU a los 80 años

Por Javier Surasky


 

A ochenta años de su creación, la ONU puede leerse como parte esencial de la historia de construcción de un pacto inacabado.

La afirmación de Dag Hammarskjöld, “Las Naciones Unidas no fueron creadas para llevarnos al cielo, sino para salvarnos del infierno” , se ha repetido tantas veces que se suele perder su verdadero sentido: el "infierno" de Hammarskjöld no es necesariamente la tercera guerra mundial, sino que cambia con la historia, los desafíos y las transformaciones políticas que dan vida al sistema multilateral.

Para entender a lo que nos referimos, hay que aproximarse a la ONU no como una Organización Internacional, ni como un centro de debate global, sino como la expresión de un valor: el mundo puede ser un lugar mejor si trabajamos para ello. Los principios del artículo 2 de la Carta articulan ese sueño en mandatos jurídicos internacionales en tensión permanente con el poder real.

Por ello, a 80 años de su nacimiento, la historia de la ONU puede leerse en clave de “contratos morales” más o menos implícitos que resultan de la combinación de derecho, poder, prioridades, retos y capacidades activas en cada momento del orden internacional, y que tienen a la soberanía nacional en su centro.

Estos contratos no necesariamente están plasmados en documentos, aunque suelen tener reflejos en ellos, sino principalmente en arreglos políticos y normativos que logran cristalizarse, se quiebran y se reescriben ante nuevas crisis.

Como consecuencia, se configura un círculo que, en más de una oportunidad, ha estado cerca de romperse. La vigencia y legitimidad de estos contratos morales dependen de cómo la ONU los convierte en instituciones y procedimientos capaces de resistir presiones sistémicas, y la legitimidad de la ONU depende de su capacidad para trabajar sobre contratos morales que representen sus principios.

Así, la trayectoria de los primeros 80 años de las Naciones Unidas puede ser narrada en términos de nacimiento, auge y cristalización/abandono de contratos no escritos entre sus miembros. Por razones de extensión, y honrando las ocho décadas de existencia de la ONU, nos limitamos a una breve referencia a ocho contratos morales que identificamos como críticos en la historia de la Organización.

 

Los “contratos morales” onusianos

1) El inicio: un contrato entre soberanía y el nacimiento de los derechos de los individuos

El diseño original de la ONU protegía la soberanía estatal como cimiento de la paz, pero muy pronto apareció una tensión fundante: la dignidad humana afirmada en la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 y desarrollada luego en instituciones y documentos de derechos humanos que exigen limitar la “soberanía absoluta” de los Estados, dando ingreso a los individuos al marco jurídico internacional.

Las rupturas más notorias de este contrato ocurrieron en los 90: Rwanda (1994) y Srebrenica (1995) y desnudaron fallas graves de prevención y respuesta de la ONU, generando un trauma colectivo que abrió la oportunidad de crear un principio aún incipiente: la Responsabilidad de Proteger (R2P), consagrada por los jefes de Estado y de Gobierno en los párrs. 138–139 de la Cumbre Mundial de 2005 (A/RES/60/1).

Kofi Annan encarna la transición de ese “nunca más”, que tanto contenido tiene para la Argentina,  hacia el desarrollo de la R2P. Roméo Dallaire, comandante de la Misión de Paz de la ONU en Rwanda y autor del libro I shake hands with the Devil, tan duro como imprescindible de leer para cualquier internacionalista, simboliza el costo humano de la inacción y la frustración ante la incapacidad de una acción colectiva para prevenir primero, y detener después, un genocidio, tema que hoy es de máxima actualidad.

 

2) El contrato de la descolonización y la colonialidad en la autodeterminación

El ciclo de descolonización de fines de la década de 1950 y los años '60 fue uno de los más fuertemente arraigados en la estructura de la ONU. Coincidieron para ello necesidades y deseos de las colonias, declive del poder de los colonizadores y surgimiento de nuevas potencias con intereses económicos que la colonización entorpecía.

Como resultado, se dio un proceso de liberaciones nacionales que modificó a la propia ONU y llevó al crecimiento exponencial de sus miembros. Sin embargo, superada esa conjunción de deseos y necesidades de unos y otros, el contrato se quebró. En la actualidad el Comité de Descolonización de la ONU mantiene 17 Territorios No Autónomos en su lista oficial, con controversias abiertas como el Sáhara Occidental o las Islas Malvinas que han dejado el contrato moral inconcluso. Aunque la jurisprudencia de la Corte Internacional de Justicia (como las opiniones consultivas de 1975 sobre el Sáhara Occidental y de 2019 sobre Chagos) y la Asamblea General sostienen el reclamo, las necesidades del neocolonialismo, ya no territorial sino económico, han roto los acuerdos de base necesarios para completar el proceso

Ralph Bunche, en su papel pionero en la diplomacia en favor del derecho de autodeterminación bajo reglas multilaterales, y los líderes de varios movimientos de Liberación Nacional que dieron la lucha armada contra las potencias coloniales son referentes del contrato inicial. Por otro lado, Salvador Allende fue quizás la voz más relevante en exponer el neocolonialismo y sus efectos en su discurso de 1972 ante la Asamblea General.

 

3) El contrato de crecimiento económico de la posguerra frente a los límites del planeta

Tras la Segunda guerra Mundial, el “contrato implícito” fue crecer primero. La Declaración de Estocolmo de 1972 y la Declaración de Río de 1992 buscaron reescribir partes de ese pacto incluyendo sus “externalidades” el daño ambiental ligado a un crecimiento sin barreras.

Desde 2015, el Acuerdo de París aporta un ancla jurídica, pero su implementación sigue reflejando que este contrato no está consolidado entre los gobiernos del mundo, aunque sí lo está tanto entre expertos como entre la población. Su rápida entrada en vigor hizo pensar en que se avecinaba un cambio de estrategia que, hasta hoy, sigue siendo resistido y contestado por grandes intereses políticos y económicos.

Hoy este contrato se tensiona por la adición de nuevas demandas asociadas a procesos de transición justa y justicia ambiental, y por los impactos ambientales de la digitalización y la IA.

Los dos personajes que nos ayudan a ilustrar la evolución de esta agenda son Gro Harlem Brundtland y el aporte del concepto del desarrollo sostenible (Our Common Future, 1987) y Maurice Strong, “arquitecto” de Estocolmo 1972 y Río 1992, emblema de cómo la ONU convirtió una agenda ambiental emergente en diplomacia activa mediante el establecimiento de una gobernanza propia. Por detrás, figuras más actuales como Greta Thunberg representan la frustración del "bla, bla, bla" climático, expresado en su discurso en 2021 (https://www.youtube.com/watch?v=9eSw2IcuX48), que también tiene como sede central al sistema de la ONU.

 

4) El contrato de seguridad colectiva y su imposición sobre las libertades básicas y el Estado de Derecho

Tras el 11-S, el Consejo de Seguridad aprobó una resolución (S/RES/1373 (2001)) imponiendo medidas obligatorias contra el terrorismo en materia de financiación, tipificación y cooperación, entre otras, lo que en la práctica expandió la labor de vigilancia y acecho que "securitizó" todas las agendas internacionales. Desde entonces, relatores especiales, órganos de derechos humanos e incluso coaliciones de Estados han buscado reequilibrar el contrato moral de libertad bajo el imperio de las normas, que ahora debe resistir también el embate de la ciberseguridad y la vigilancia digital.

Louise Arbour, como Alta Comisionada y exfiscal de los tribunales penales ad hoc, se convirtió en una de las campeonas de defensa del Estado de derecho, mientras que Fionnuala Ní Aoláin, Relatora Especial sobre la promoción y protección de los derechos humanos y las libertades fundamentales en la lucha contra el terrorismo (2017–2023), es un símbolo de la exigencia de proporcionalidad y garantías en la era del contraterrorismo. La labor en este campo del Consejo de Derechos Humanos de la ONU también debe ser resaltada en los intentos por reponer el contrato moral original.

 

5) El contrato de la lucha contra la pobreza y la desigualdad

Después de 1945 se impuso un consenso desarrollista que medía el progreso casi exclusivamente por el crecimiento del PIB. Ese enfoque fue cuestionado desde dentro del sistema por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y el desarrollo del Índice de Desarrollo Humano (IDH) que, en 1990, llevó por primera vez los debates sobre el desarrollo fuera del campo exclusivamente económico.

Ese cambio, sumado al Informe Brundtland y la adopción de los Objetivos de Desarrollo del Milenio en 2000, abrió la vía hacia la adopción en 2015 de la Agenda 2030 que, al igual que los ODM, pone la lucha contra la pobreza como prioridad mundial.

Este contrato moral, sin embargo, se quiebra cuando las prioridades económicas desbalancean el desarrollo sostenible hacia la esfera de la economía, en contra de la ambiental y la social, y priorizan la acumulación por sobre la extensión de la protección social universal, el empleo decente o la equidad distributiva.

Mahbub ul Haq, arquitecto del IDH, y Amartya Sen, son los dos ejemplos de la afirmación de que un mundo sin pobreza es posible frente a la inmovilizante afirmación de que "pobreza siempre hubo y siempre habrá".

 

6) El contrato moral digital y la lucha por ser el líder del mundo que viene

Uno de los retos más grandes que encontramos hoy en el marco multilateral es el de la construcción de un acuerdo moral nuevo sobre la regulación de las tecnologías digitales, en particular la IA.

Mientras la ONU busca ocupar un lugar central en el armado de este nuevo contrato, y recibe el apoyo del mundo menos desarrollado en términos digitales, que se superpone en gran medida al "Sur Global" pero no es idéntico, a través de la adopción de documentos como el Pacto Digital Global, inserto en el Pacto para el Futuro, y la Recomendación para la Ética de la Inteligencia Artificial de la UNESCO, y una incipiente búsqueda de regulación a través de la Unión Internacional de las Telecomunicaciones (UIT, más conocida por sus siglas en inglés: ITU).

No obstante, en la práctica sus movimientos son más reactivos que proactivos y una puesta en marcha tardía y desigual; el avance depende, sobre todo, de coaliciones interagenciales y de Estados que empujan por aterrizar reglas y métricas comunes. Enfrente, el poder de las grandes empresas del mundo digital y tres esquemas para su gobernanza en competencia: libre mercado (Estados Unidos), centralismo estatal (China), enfoque basado en derechos y riesgos (Unión Europea).

Fue Robert Kirkpatrick, como director de UN Global Pulse, quien instaló tempranamente el uso de datos e IA responsables en el sistema, antecedente sin sobre el cual se construyeron los cimientos del Pacto Digital Global. Además, Carme Artigas y James Manyika, como copresidentes del Grupo de Alto Nivel del Secretario General sobre IA, encarnaron el puente entre Estados, comunidad técnica e industria para encuadrar opciones de gobernanza internacional antes y durante la Cumbre del Futuro.

La adopción de la resolución 79/325 de la Asamblea General estableciendo su propio Panel Científico Internacional Independiente sobre Inteligencia Artificial y del Diálogo Mundial sobre la Gobernanza de la Inteligencia Artificial es un paso en la dirección correcta, pero habrá que ver cuál es su conformación final y su capacidad real de producir cambios.

 

7) La ONU en el centro, la ONU como un actor más del “ecosistema” internacional

Otro contrato moral en tensión es el del modelo original que ponía a la ONU como centro del sistema multilateral, reflejado en el artículo 1 de la Carta sobre sus propósitos. Esa visión contrasta con la de una ONU "nodo" como parte de un “ecosistema internacional” en que convive, y en ocasiones se supedita, a múltiples "G" (G7, G20, etc.) que asumen misiones que, en realidad, correspondían a la ONU. Este cambio, aun cuando es un reflejo del poder sobre el derecho y un habilitante de innovación, trae consigo fragmentación, exclusión y posibilidades de forum-shopping.

Como respuesta, la ONU busca establecer agendas comunes que le permitan establecer guardrails mediante el establecimiento de agendas, metas, estándares y formatos de reporte comunes. En esta perspectiva, la Agenda 2030 (A/RES/70/1) funciona como metacontrato universal sin mecanismos de cumplimiento ni de financiación efectivos.

Los roles jugados por Macharia Kamau (Kenia), uno de los cofacilitadores del proceso de redacción de la Agenda 2030; Amina Mohammed, como articuladora política de la Agenda 2030 desde su gestación hasta su implementación y Paula Caballero, funcionaria de la Cancillería colombiana e impulsora original de la idea de Objetivos de Desarrollo Sostenible, encarnan el giro conceptual que convirtió un marco difuso en objetivos universales y medibles. Aunque no se haya logrado con eso romper la diferenciación de tareas entre la ONU y los diferentes "G", sí permitió un cierto alineamiento en temas de debate y al fijar agendas no siempre conexas entre las instituciones y grupos del ecosistema de la acción internacional.

 

8) La tensión permanente: derecho y poder

La ONU afirma la igualdad soberana pero el Consejo de Seguridad consagra una jerarquía de facto con cinco miembros permanentes y poder de veto. Ese “contrato” estabilizó el sistema durante la Guerra Fría al costo de bloqueos frecuentes a costa de generar una brecha de legitimidad.

Instrumentos de autorrestricción dirigidos a los 5P, como el Código de Conducta del Grupo de países sobre Rendición de Cuentas, Coherencia y Transparencia (ACT Group, por su denominación en inglés), y la propuesta de Francia y México de autorrestricción del veto, y la resolución de la Asamblea General sobre explicación del veto (A/RES/76/262) han introducido incentivos reputacionales, pero la necesaria reforma estructural sigue pendiente. La impotencia de los impulsores de reformas del Consejo en el marco de la Cumbre del Futuro y los términos que el Pacto para el Futuro utiliza al referirse a modificaciones en el Consejo de Seguridad dan cuenta de la imposibilidad de avanzar en esta área clave.

Razali Ismail, quien presidió la AGNU durante el período 1996-1997, simboliza los esfuerzos persistentes de reforma del Consejo y el rol de la Asamblea como “conciencia” institucional. También en este campo la sociedad civil se encuentra muy por delante de la voluntad política de los Estados.

 

Hacia el futuro: un “contrato moral-operacional” para la próxima década de la ONU.

Si los contratos implícitos dieron coherencia moral al sistema, la próxima década exige hacerlos explícitos y exigibles. Cuatro cláusulas operativas se presentan como indispensables para ello:

  • La regla de autocontención del veto ante atrocidades con registro público y motivación obligatoria cuando un P5 bloquee acciones de protección humana.
  • Dedicar un porcentaje del financiamiento onusiano a la diplomacia preventiva y análisis de riesgos basados en datos (incluida IA responsable), con métricas comparables y auditorías independientes.
  • Endurecer la capacidad de acción del contrato climático, tomando con seriedad los informes científicos y estableciendo planes de acción objetivo, indicadores y plazos concretos para su concreción.
  • Rendición de cuentas nacionales sobre aplicación de las agendas globales, ya que no se trata solo de multiplicar informes sino de aplicar la fórmula “cumple o justifica” (comply or explain) al entorno completo de agendas globalmente acordadas, lo que se respalda no solo en el derecho internacional sino en el principio de buena fe que integra la Carta de las Naciones Unidas.
  • Establecer sistemas eficaces y sostenibles de financiamiento de la ONU que escapen a la presión o voluntad política cambiante de un grupo minúsculo de grandes aportantes, democratizando el "juego financiero" dentro de la propia institución.

Finalmente, aprender la lección más importante que nos dejan 80 años de trabajo multilateral en el marco de la institucionalidad compartida: los tres pilares de la ONU (paz, derechos humanos, seguridad) son caminos zigzagueantes. Recorrerlos y elegir la opción correcta ante cada posible desvío en la ruta exige agendas morales compartidas. Si mantenemos una política internacional de axiología gelatinosa y adaptable en lugar de consolidar y dar sostenibilidad a contratos morales onusianos y trabajar con ellos como guías orientadas a lograr resultados concretos, cualquier cambio o reforma institucional será vacuo.

Necesitamos más de coaliciones que de liderazgos personales si queremos reconstruir la fortaleza moral que en algún momento la ONU supo tener y que ha ido perdiendo a girones. Necesitamos más acción y menos debates.

Tal como lo afirmaba al inicio: la ONU es, ante todo, la idea irrenunciable de que podemos construir un mundo mejor, más justo para todas las personas. El cemento de esa idea es axiológico, y los ladrillos que permitirán construirla son acuerdos morales sólidos que den sustento a los valores que guíen a la ONU en los años por venir.